Los archivos de Guantánamo: AlterNet entrevista a Andy Worthington
26 de febrero de 2008
Andy Worthington
Dicen que los periodistas proporcionan el primer borrador de la historia. Con la invasión de
Afganistán liderada por Estados Unidos, ese borrador condujo a un consenso casi
universal, al menos entre los estadounidenses, de que el ataque fue un acto
justificable de defensa propia. La acción de Afganistán también se considera
comúnmente como un conflicto "limpio", una guerra llevada a cabo con
una pérdida mínima de vidas humanas y que no provocó el tipo de oprobio
internacional sobre Estados Unidos que la invasión de Irak provocaría un año después.
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Esas opiniones son también las de muchos estadounidenses que critican los excesos de la "Guerra contra el
Terror" de la administración Bush. Pero ahí hay una desconexión. Todo lo
que vino después -las detenciones secretas, la tortura, la invasión de Irak, el
asalto a la disidencia interna- se derivó inevitablemente del fracaso a la hora
de cuestionar la afirmación de Bush de que un acto terrorista requería una
respuesta militar. Estados Unidos tiene una rica historia de abandono de sus
supuestos valores liberales en tiempos de guerra, y fue nuestra aceptación de
la narrativa bélica de Bush lo que condujo a los abusos que han destrozado la
posición moral de Estados Unidos ante el mundo.
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En su libro The
Guantánamo Files: The Stories of the 774 Detainees in America's Illegal Prison,
el historiador y periodista Andy Worthington ofrece un correctivo muy necesario
al borrador del conflicto de Afganistán que la mayoría de los estadounidenses
vieron en sus noticiarios nocturnos. Worthington es el primero en detallar las
historias de los 774 prisioneros que han pasado por el "agujero negro
legal" de la administración Bush en la bahía de Guantánamo, Cuba. Pero su
historia comienza en Afganistán, y deja bien claro que el camino a Guantánamo
-por no hablar de Abu Ghraib- comenzó en lugares como Kandahar.
AlterNet preguntó recientemente a Worthington cómo era ese camino en su punto de origen.
Joshua Holland: Usted ha escrito el primer libro que realmente indaga en las historias de todos
los prisioneros que han pasado o permanecen en la prisión estadounidense de
Guantánamo. Pero lo que más me llamó la atención fue su estudio del contexto de
su captura: el conflicto en Afganistán antes y después del 11-S.
Creo que la mayoría de los estadounidenses creen que entramos en Afganistán para derrotar a los "yihadistas"
antiamericanos o antioccidentales, pero usted capta realmente el hecho de que
Estados Unidos entró en un bando de una guerra civil de larga duración que no
tenía nada que ver con ningún tipo de "Choque de Civilizaciones"
entre Oriente y Occidente. ¿Puede darnos una idea de lo que supuso ese conflicto?
Andy Worthington: Claro, la verdad es que es una muy buena pregunta. Brevemente, las raíces del conflicto se encuentran en
la resistencia afgana a la invasión soviética en la década de 1980, cuando
Estados Unidos (a través de intermediarios pakistaníes) y los saudíes competían
por financiar a los muyahidines, señores de la guerra afganos y sus soldados,
respaldados por un número bastante menor de reclutas árabes.
A finales de la década de 1980, cuando la Unión Soviética se retiró, el país se sumió en una guerra civil, ya que los
diversos señores de la guerra, enriquecidos con miles de millones de dólares de
ayuda estadounidense y saudí, lucharon entre sí para hacerse con el control del
país. Decenas de miles de civiles murieron, y la delincuencia y las violaciones
de los derechos humanos fueron moneda corriente.
En gran parte como respuesta a esta anarquía, los talibanes -inicialmente un grupo de
estudiantes religiosos ultraortodoxos del sur del país- se alzaron para limpiar
el país creando un Estado islámico puro. Pero fue la lucha entre los talibanes
y los señores de la guerra de la Alianza del Norte lo que atrajo a miles de
soldados extranjeros a Afganistán en la década de 1990, convocados por fatwas
emitidas por jeques radicales en sus países de origen, que les exigían ayudar a
los talibanes en su lucha contra la Alianza del Norte.
Osama Bin Laden, que había estado viviendo en Arabia Saudí y Sudán en el periodo postsoviético, regresó a Afganistán en
1996 y se implicó en la financiación de campos de entrenamiento militar y en la
elaboración de sus planes para una yihad global antiamericana, pero aunque hubo
cierto solapamiento entre Al Qaeda y parte de los dirigentes talibanes, la gran
mayoría de los reclutas, como he indicado, no estaban implicados en un gran
"choque de civilizaciones", sino en una guerra civil intermusulmana provincial.
Osama bin Laden en Afganistán en la década
de 1980, durante la resistencia muyahidín a la ocupación soviética apoyada por
Estados Unidos.
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Joshua Holland: Ese es un punto importante. La mayoría de los estadounidenses creen que había
una integración perfecta entre los talibanes y el grupo de Bin Laden, y que eso
justificaba que atacáramos a una nación-estado en "defensa propia",
cuando en realidad los talibanes estaban ocupados luchando en esta guerra civil
intermusulmana y tenían poco o ningún papel en Al Qaeda. Vayamos un poco más
lejos: ¿cuánto solapamiento había?
Andy Worthington: Según un alto funcionario de inteligencia entrevistado por el periodista David
Rose en 2004, el solapamiento era muy pequeño. Se le dijo a Rose: "En 1996
era inexistente, y en 2001, no más de 50 personas". Ahora bien, este
funcionario se refería a un solapamiento de personas de bastante alto nivel en
ambas organizaciones, y algunos comentaristas han señalado que la "Brigada
Árabe" de Al Qaeda, compuesta por unos 500 soldados, contribuyó a la
fuerza militar de los talibanes, pero, volviendo a lo que hemos comentado
antes, esto se produjo en el contexto de una guerra civil intermusulmana, y no
de una guerra contra Estados Unidos.
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No cabe duda de que existían importantes divisiones en el seno de la cúpula talibán con
respecto a Bin Laden, e incluso el mulá Omar, líder talibán, no parecía estar
impresionado por Bin Laden en los años posteriores a su regreso a Afganistán.
En 1998, Omar había planeado incluso traicionar a Bin Laden a los saudíes, pero
cuando Al Qaeda atacó las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, y
Estados Unidos tomó represalias lanzando ataques con misiles de crucero contra
campos de entrenamiento en Afganistán, Omar se acercó más a Bin laden. Aun así,
los talibanes ofrecieron entregar a Bin laden después del 11-S si se ofrecían
pruebas de su implicación en los atentados del 11-S.
Sin embargo, una clara señal de las mentiras que implica la "integración sin fisuras" a la que usted se refiere,
se produjo el 7 de octubre de 2001, la primera noche de la "Operación
Libertad Duradera", cuando el ejército estadounidense anunció que había
bombardeado 23 campos de entrenamiento de Al Qaeda. Como menciono en el libro,
de las docenas de campos de entrenamiento establecidos en Afganistán a partir
de la década de 1980, la mayoría fueron financiados por Pakistán y donantes
ricos de los países del Golfo. Algunos estaban dirigidos por señores de la
guerra afganos, otros por grupos paquistaníes y otros por grupos militantes de
otros países. Aunque Bin Laden tenía algunos campamentos propios, no era
apropiado describir todos los campos de entrenamiento de Afganistán como
"campamentos de Al Qaeda".
Joshua Holland: Bien, permítanme volver brevemente a un punto anterior. Los partidarios de la
red global de prisiones "negras" de Bush minimizan su importancia
afirmando que quienes acabaron en ellas eran "combatientes ilegales".
Y usted ha dicho que mucha gente de todo el mundo musulmán fue atraída para
servir como soldados rasos en la guerra civil de Afganistán, pero en el libro
deja claro que muchos ni siquiera eran soldados rasos -ni siquiera
combatientes- sino estudiantes religiosos, cooperantes y otros jóvenes
aventureros, y que muchos de ellos se verían más tarde atrapados en el caos que
siguió a la invasión y acabarían en Guantánamo.
Andy Worthington: Sí, así es. Yo diría que entre 70 y 100 de los detenidos extranjeros (es decir,
no afganos) habían viajado a Afganistán para prestar ayuda humanitaria al
pueblo afgano, para enseñar o estudiar el Corán, como emigrantes económicos, o
incluso porque sentían curiosidad por el "Estado islámico puro" que,
según algunos sectores, habían establecido los talibanes. Un número similar fue
capturado en Pakistán. Se capturó a trabajadores caritativos cerca de la
frontera, adonde habían viajado para prestar asistencia en campos de
refugiados, y a otros -entre los que había misioneros, empresarios, emigrantes
económicos, refugiados y estudiantes- en realidad se les capturó en otros
lugares de Pakistán, en pueblos y ciudades alejados de los "campos de
batalla" de Afganistán.
Y luego, por supuesto, están los detenidos afganos, que constituían más de una cuarta parte de la población total de
Guantánamo. Muchos de ellos eran reclutas involuntarios, que fueron obligados a
servir a los talibanes, y la mayoría del resto fueron detenidos o bien sobre la
base de información falsa -porque las fuerzas estadounidenses no sabían en
quién confiar- o bien fueron entregados por sus rivales, en los negocios o en
la política, que contaron historias falsas a los estadounidenses.
Joshua Holland: ¿Y cuál era el proceso por el que los militares estadounidenses distinguían a
unos de otros? ¿Cómo distinguían entre "combatientes enemigos" y los
pobres tontos a los que pillaron en el lugar equivocado en el momento equivocado?
Andy Worthington: No había ningún proceso. En todas las guerras anteriores, el ejército
estadounidense ha seguido las Convenciones de Ginebra y, de acuerdo con el
Artículo 5 de la Tercera y Cuarta Convenciones de Ginebra, ha celebrado
tribunales en el campo de batalla para separar el trigo de la paja - o los
combatientes de los agricultores. En la primera Guerra del Golfo, por ejemplo,
el ejército celebró 1.196 tribunales en el campo de batalla, y casi tres cuartas
partes de los prisioneros fueron liberadas posteriormente.
En Afganistán, sin embargo, no sólo no hubo tribunales en el campo de batalla, sino que Chris Mackey, que trabajó como
interrogador principal en las prisiones de las bases aéreas de Kandahar y
Bagram, donde se procesó a los prisioneros de Guantánamo, señaló en su libro The
Interrogators que todos y cada uno de los árabes que acabaron bajo
custodia estadounidense fueron enviados a Guantánamo, por orden de altos cargos
del ejército y de los servicios de inteligencia, que recibieron las listas de
prisioneros en su base de Kuwait.
Aunque se suponía que sólo los afganos con "considerable valor de inteligencia" debían ser enviados a
Guantánamo, Mackey también dejó claro que no fue hasta junio de 2002, cuando ya
había unos 600 detenidos en Guantánamo, cuando los responsables sobre el
terreno en Afganistán idearon una categoría de prisioneros temporales -
"personas bajo control estadounidense"- que podían ser retenidos
durante 14 días sin que se les asignara un número que entrara en el sistema
supervisado en Kuwait (y, por extensión, en el Pentágono). Era la única manera
de que pudieran ocuparse al menos de algunos de los muchos afganos inocentes
que acabaron bajo su custodia.
Joshua Holland: Algunas de las historias que cuenta en el libro son muy ilustrativas, así que
me gustaría pedirle que nos contara brevemente las historias de un par de
detenidos. Según el ejército estadounidense, había tres menores de 16 años
detenidos en Guantánamo. Elija a cualquiera de los tres y cuéntenos cómo acabó
en Guantánamo.
Andy Worthington: Bueno, en primer lugar, en realidad había mucho más que tres detenidos menores de 16 años, y todos ellos
deberían haber contado como menores -y haber sido tratados en consecuencia- en
cualquier sociedad civilizada.
Sin embargo, los tres de los que hablas son tres muchachos afganos que tenían 12, 13 y 14 años en el momento de su captura.
Dos de ellos fueron capturados en un asalto al complejo de un caudillo afgano
menor llamado Samoud, entre cuyos numerosos enemigos parece que se encontraban
los talibanes, y el otro -Mohammed Ismael Agha, de 14 años- fue entregado a las
fuerzas estadounidenses por los talibanes. Había estado buscando trabajo con un
amigo, y se había visto obligado a pasar la noche en un puesto avanzado
talibán. Por la mañana, los soldados talibanes les pidieron que se unieran a
ellos, y al negarse fueron entregados a la base estadounidense más cercana.
Asadullah Rahman, el detenido más joven de
Guantánamo (liberado en enero de 2004), que sólo tenía 12 años cuando fue capturado.
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Joshua Holland: Los militares dicen que se hicieron esfuerzos para proporcionarles
"cuidados físicos y emocionales especiales", que se les alojó
"en un centro de detención separado modificado para satisfacer las
necesidades especiales de los menores" y que "no se les restringió de
la misma manera que a los detenidos adultos". ¿Es eso lo que encontró?
Andy Worthington: Hasta cierto punto, sí. Estos tres estuvo, en algún momento, alojados por
separado en un bloque llamado Campamento Iguana, y fueron puestos en libertad
en enero de 2004, aunque deberían haber sido puestos en libertad mucho antes.
Sin embargo, fueron los más afortunados. Por poner sólo un ejemplo, el
compañero de Agha, Abdul Qudus, que también tenía 14 años, no fue puesto en
libertad hasta 2005 ó 2006, y no hay pruebas de que él -ni ninguno de los otros
menores- fuera recluido por separado del resto de la población adulta, ni de
que recibiera un trato diferente.
El caso más notorio de un menor en Guantánamo es, por supuesto, el del canadiense Omar Khadr, que tenía 15 años
cuando fue capturado tras un tiroteo en julio de 2002, en el que presuntamente
mató a un soldado estadounidense. Khadr recibió un trato atroz en Afganistán y
Guantánamo, y actualmente está siendo juzgado en una de las polémicas
Comisiones Militares de la administración, en la que recientemente se ha
revelado que puede que ni siquiera fuera responsable de la muerte del soldado
estadounidense en primer lugar.
Joshua Holland: ¿Quién es Mohammed Sadiq?
Andy Worthington: Mohammed Sadiq era el prisionero más anciano de Guantánamo. Con 88 años en el
momento de su captura, Sadiq fue apresado, al parecer, porque su sobrino había
trabajado para los talibanes. Las fuerzas estadounidenses bombardearon su casa,
se llevaron todas sus pertenencias y lo entregaron a la prisión de la base
aérea de Kandahar. Fue uno de los primeros detenidos en ser liberados, en
octubre de 2002, pero el hecho de que lo enviaran a Guantánamo fue una
vergüenza, y se informó de que, tras su liberación, era incapaz de aceptar lo
que le había ocurrido.
Joshua Holland: Y, por último, dígame quién era Abdul Razeq.
Andy Worthington: Abdul Razeq era un esquizofrénico gravemente perturbado, al que mantuvieron
aislado en Kandahar porque, entre otras cosas, tenía tendencia a comerse sus
propios excrementos. En un toque deshumanizador, los soldados se referían a
todos los detenidos como "Bob", y Razeq era conocido como "Bob
el Loco". A él también lo enviaron a Guantánamo, pero lo devolvieron a
Afganistán en mayo de 2002. Chris Mackey señaló que llegó "atado en el
centro del avión como Hannibal Lecter". A continuación lo recluyeron en
una celda de máxima seguridad de un hospital, donde un periodista lo
entrevistó. Estaba tan perturbado que describió la prisión de Kandahar como un
"hotel" y dijo que los estadounidenses le habían llevado a Guantánamo
"para tratar mis problemas mentales".
Joshua Holland: Y los EE.UU. pensó que estas personas eran ...
Andy Worthington: "Combatientes enemigos". Así es como funcionaba. Todos los que
terminaron bajo custodia de EE.UU. eran "combatientes enemigos".
Esencialmente, cuando se observa la falta de selección en Afganistán, y los
fracasos del proceso del tribunal que tuvo lugar en Guantánamo a partir de 2004
-que el teniente coronel Stephen Abraham, que trabajó en ellos, describió en un
explosivo informe-, se llega a la conclusión de que todos los prisioneros eran
"combatientes enemigos". Stephen Abraham, que trabajó en ellos,
describió el año pasado en una explosiva declaración
que se basaban en "pruebas" generalizadas y a menudo genéricas, que
no tenían nada que ver con los detenidos en cuestión y que estaban diseñadas
simplemente para confirmar su designación previa como "combatientes
enemigos", uno se da cuenta de que, en relación con la "guerra contra
el terrorismo", la presunción de inocencia se ha eliminado por completo.
Durante los primeros cuatro años y medio posteriores al 11-S, todos los prisioneros fueron considerados culpables hasta
que se demostrara lo contrario. Después de los tribunales, 38 detenidos fueron
puestos en libertad -aunque la administración, negando los conceptos de
inocencia y detención ilegal, se refirió a ellos como "Ya no son
combatientes enemigos"- y muchos más han sido absueltos en las juntas de
revisión que se han celebrado cada año desde entonces, pero para los 281
detenidos que quedan, es evidente que las "pruebas" contra ellos
nunca han sido realmente probadas en absoluto.
Joshua Holland: Mientras leía el libro, me di cuenta de que no sólo la opinión pública
estadounidense -por no hablar de las instituciones militares y de inteligencia-
tenía una visión totalmente falsa de quién era el "enemigo", sino que
también existía la creencia generalizada de que la Alianza del Norte eran los
"buenos". Realmente no percibí a ningún "bueno" en tu
libro: ¿con quién nos estábamos aliando?
Andy Worthington: La respuesta breve es que, para derrocar a los talibanes y a Al Qaeda, Estados
Unidos intervino en un bando de una larga guerra civil y que, en un intento de
no empantanarse como la Unión Soviética, en la invasión sólo participaron unos
cientos de agentes de las Fuerzas Especiales, que se unieron a varios líderes
de la Alianza del Norte en el norte de Afganistán y les apoyaron con dinero,
armas y poder aéreo.
En la Alianza del Norte había algunos comandantes militares con principios -entre
ellos Ahmed Shah Massoud, el carismático líder de la Alianza, que murió a manos
de asesinos de Al Qaeda sólo dos días antes del 11-S-, pero incluso los hombres
de Massoud habían sido acusados de atrocidades a lo largo de los años, y lo que
quizá deberíamos considerar es que, en la base de todo, Afganistán es un país
desproporcionadamente bien armado que ha sido psicológicamente brutalizado por lo
que ya son casi 30 años de guerra.
No obstante, la invasión dio lugar a algunos sucesos horribles, en los que el ejército estadounidense fue cómplice, al menos
en parte. En noviembre de 2001, tras la rendición de la ciudad de Kunduz, el
general Rashid Dostum, uno de los líderes de la Alianza, masacró a cientos, si
no miles, de combatientes talibanes nativos y extranjeros asfixiándolos en
camiones contenedores de camino a su prisión de Sheberghan (la muerte en
contenedores era una innovación bastante reciente que practicaban ambos
bandos). Parece haber pruebas de que las fuerzas estadounidenses no se
sintieron excesivamente desanimadas por este giro de los acontecimientos y que,
además, participaron en el trato especialmente brutal que recibieron algunos de
los supervivientes en la prisión de Dostum.
En cierto sentido, por supuesto, todo esto podría considerarse parte integrante de la horrible realidad de la guerra, pero
el historial de Estados Unidos no es mejor en el sur del país, donde, en un
intento de fomentar el apoyo en el corazón pashtún de los talibanes, las
fuerzas estadounidenses llegaron a numerosos acuerdos dudosos con diversos
señores de la guerra poco fiables, lo que, a su vez, llevó a que muchos afganos
inocentes fueran enviados a Guantánamo.
Joshua Holland: Ahora bien, en el libro usted describe una escena de caos total tras la
invasión, y una de las afirmaciones comunes entre muchos de los detenidos que
acabarían en Guantánamo era que habían sido vendidos a las tropas
estadounidenses por estos mismos aliados -o líderes tribales o unidades
talibanes o quienquiera que los encontrara- por hasta 5.000 dólares por cabeza.
Esencialmente, existían verdaderos incentivos económicos por afirmar falsamente
que algún desafortunado soldado de infantería o estudiante coránico era un
operativo de alto nivel de Al Qaeda.
Andy Worthington: Oh, absolutamente. Los equipos militares de Operaciones Psicológicas idearon
más de cien panfletos diferentes y lanzaron millones de ellos por todo
Afganistán. La mayoría de ellos ofrecían infructuosamente recompensas de 25
millones de dólares por la captura de Osama Bin Laden, Ayman Al Zawahiri y el
mulá Omar, pero uno en particular contenía el siguiente mensaje: "Puedes
recibir millones de dólares por ayudar a la fuerza antitalibán a capturar a los
asesinos de Al Qaeda y los talibanes. Es dinero suficiente para cuidar de tu
familia, de tu pueblo, de tu tribu durante el resto de tu vida: pagar el ganado
y los médicos y los libros de texto y la vivienda de toda tu gente."
El panfleto de PsyOps que ofrece riquezas
incalculables a cambio de entregar a sospechosos de Al Qaeda y los talibanes
(que por alguna razón incluye una foto del palacio de la Alhamabra en Granada, España).
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Y en Pakistán, la situación era posiblemente aún más corrupta. En su autobiografía de 2006, In the Line of Fire,el presidente
Musharraf se jactaba de que, a cambio de entregar a 369 sospechosos de
terrorismo (incluidos muchos trasladados a Guantánamo), "hemos obtenido
pagos de recompensas por un total de millones de dólares".
Joshua Holland: Y los que fueron entregados a EE.UU. por diversas facciones no tuvieron suerte.
Creo que la mayoría de los estadounidenses se escandalizarían de lo abusivas y
violentas que fueron las tropas estadounidenses con los prisioneros que
retuvieron en Afganistán.
Andy Worthington: Creo que tiene razón al plantear esa cuestión, porque Kandahar y Bagram fueron
realmente la primera línea de la "Guerra contra el Terror", donde las
condiciones eran, creo que sería justo decir, primitivas, brutales y
aterradoras. En los primeros meses, los prisioneros eran golpeados, humillados
y se les impedía hablar entre ellos. Sin embargo, los peores abusos se produjeron
en Bagram a partir de julio de 2002. Fue entonces cuando al menos dos
prisioneros fueron asesinados, uno de ellos, un taxista inocente llamado
Dilawar, que aparece en mi libro y es también el protagonista del excelente
documental de Alex Gibney Taxi
to the Dark Side.
Y había prisiones aún peores en Afganistán: varias cárceles secretas gestionadas por la CIA (a día de hoy nadie sabe
exactamente cuántas), entre ellas dos cerca de Kabul. La "Prisión
Oscura" era como una mazmorra de tortura medieval, pero con música y ruido
las 24 horas del día, y la otra era la "Fosa de Sal". Decenas de
detenidos de Guantánamo pasaron por estas instalaciones, así como otros
"presos fantasma" que han desaparecido posteriormente.
Joshua Holland: ¿Y ese fue un modelo que luego se llevó a Abu Ghraib, así como a Guantánamo?
Andy Worthington: Lamentablemente, sí. El equipo responsable de los peores actos de violencia en
Bagram -en la época de los asesinatos- fue en realidad trasladado a Abu Ghraib,
y gran parte de la violencia institucionalizada en Guantánamo se inspiró en las
prisiones afganas. Sin embargo, también merece la pena señalar lo que ocurrió
en Guantánamo en otoño de 2002. La administración se sintió decepcionada por la
calidad de la inteligencia obtenida de los detenidos, y decidió que se debía a
que habían sido entrenados por Al Qaeda para resistirse a los interrogatorios,
cuando en realidad eran en su mayoría hombres inocentes o soldados de
infantería, y no tenían ninguna inteligencia valiosa que aportar. En un intento
de "quebrar" a los detenidos, el Pentágono autorizó el uso de "técnicas
de interrogatorio mejoradas", que incluían el confinamiento solitario
prolongado, la desnudez forzada, el uso de calor y frío extremos, la
humillación sexual y el uso prolongado de posturas de estrés dolorosas. El
comandante en aquel momento era Geoffrey Miller, y más tarde fue enviado a Abu
Ghraib para "Gitmo-izar" las operaciones iraquíes, con los resultados
que horrorizaron al mundo cuando estalló el escándalo en abril de 2004.
Joshua Holland: Sobre este punto, quiero comentar dos breves anécdotas del libro, y pedirle un
poco de especulación basada en su conocimiento del conflicto. Usted describe a
un prisionero retenido en Afganistán por tropas estadounidenses que se sintió
confundido por una palabra desconocida que le gritaron sus captores:
"negro": "negro". Y en otro pasaje, hablas de una analista
de inteligencia estadounidense que señaló que la "Yihad" no era
necesariamente una actividad violenta, y la describes como especialmente
perspicaz, a pesar de que cualquiera que lea la entrada de Wikipedia sobre la
Yihad sabe que eso es cierto. Así que me pregunto: ¿hasta qué punto crees que
la ignorancia cultural, el desconocimiento del contexto de la guerra civil
afgana o incluso el racismo declarado influyeron en el conflicto? Ya sea en
términos de la estrategia general o a la hora de explicar el nivel realmente
escandaloso de brutalidad que las fuerzas estadounidenses mostraron hacia sus cautivos.
Andy Worthington: Bueno, creo que está claro que la guerra en general fomenta la
deshumanización del enemigo por parte de los militares, pero lo que ha ocurrido
en la "Guerra contra el Terror" -especialmente en referencia a los
detenidos como prisioneros- es que a los soldados y otros operativos se les ha
dado de forma persistente una libertad casi ilimitada para liberarse de
cualquier restricción. En Afganistán y Guantánamo (e Irak) hubo numerosas
historias de soldados a los que se les dijo que los detenidos debían ser
considerados terroristas hasta que se demostrara lo contrario, y que las
Convenciones de Ginebra no se les aplicaban. Así pues, aunque la violencia, los
abusos e incluso la tortura concreta parecen haberse dejado a menudo a la
discreción de los individuos, la política que los fomentaba procedía de los
niveles más altos del gobierno.
Joshua Holland: Permítanme cambiar de marcha aquí por un momento. Los apologistas de
Bush a menudo excusan el tipo de abusos que usted describe alegando que los
prisioneros retenidos en Guantánamo fueron "capturados en el campo de batalla".
¿Fue siempre así?
Andy Worthington: No, en absoluto. La inmensa mayoría no fueron capturados en ningún
tipo de campo de batalla y, como demuestra un análisis de documentos del
Pentágono realizado por la Facultad de Derecho de Seton Hall (PDF),
tampoco fueron capturados por las fuerzas estadounidenses. El 86% fueron
capturados por los aliados de los estadounidenses, que luego los entregaron o
vendieron, como ya se ha dicho. También cabe señalar que varias docenas de
detenidos fueron capturados en otros 17 países, entre ellos Azerbaiyán, Bosnia,
Egipto, Gambia, Georgia, Indonesia, Irán, Mauritania, Tailandia y Zambia.
Tras el 11-S, muchos países se mostraron dispuestos a cooperar con Estados Unidos en un intento de
localizar a posibles terroristas, pero también es importante comprender que la
administración ejerció una enorme presión sobre estos países. Por ejemplo, esto
es lo que ocurrió con los seis bosnios nacidos en Argelia que siguen en
Guantánamo. El gobierno estadounidense los acusó de planear volar la embajada
de Estados Unidos en Sarajevo. Entonces los encarcelaron y los investigaron
durante tres meses, pero no encontraron ninguna prueba incriminatoria. Sin
embargo, tan pronto como fueron puestos en libertad, fueron capturados por agentes
estadounidenses y trasladados a Guantánamo. Los bosnios no pudieron evitarlo.
Joshua Holland: Creo que hemos llegado al corazón de su libro. La administración dice
que los alojados en Guantánamo son "lo peor de lo peor". Pero usted
afirma que de los casi 800 seres humanos que Estados Unidos secuestró, mantuvo
de incógnito sin ningún derecho legal, golpeó regularmente y en algunas
ocasiones presuntamente asesinó, sólo unos cuarenta eran terroristas acérrimos
antiestadounidenses. ¿Cómo se llega a esa conclusión? ¿No alegarían los
terroristas legítimos que simplemente les pillaron en el lugar equivocado en el
momento equivocado?
Andy Worthington: Mi afirmación se basa, en primer lugar, en las declaraciones
realizadas por docenas de fuentes militares y de inteligencia de alto nivel
citadas por el New
York Times en junio de 2004, cuando había 749 detenidos en Guantánamo.
Estos funcionarios afirmaron que ninguno de los prisioneros "tenía rango
de dirigente o alto operativo de Al Qaeda", y que "sólo un puñado
relativo -algunos cifran el número en una docena, otros en más de dos docenas-
eran miembros jurados de Al Qaeda u otros militantes capaces de dilucidar el
funcionamiento interno de la organización".
Otros diez detenidos fueron trasladados a Guantánamo desde prisiones secretas de la CIA en
septiembre de 2004 -aunque no me cabe duda de que no todos eran terroristas- y
otros 14 detenidos de "alto valor" -entre ellos Khalid Sheikh
Mohammed y otros cuatro de los hombres acusados
la semana pasada en relación con los atentados del 11-S- fueron trasladados en
septiembre de 2006.
Cuarenta podría ser, por tanto, una cifra demasiado baja, pero confío en que no sean más de 50. Como porcentaje de la
población total de Guantánamo, es sólo el seis por ciento, lo que, como tasa de
éxito, es a la vez decepcionante y vergonzoso.
Joshua Holland: Por último, usted sostiene que todas estas políticas fueron dictadas
por los niveles más altos del gobierno estadounidense. ¿Puede explicar
brevemente qué le hace pensar eso?
Andy Worthington: Claro. Dick
Cheney y sus asesores -especialmente David Addington, su asesor jurídico (y
ahora Jefe de Gabinete)- idearon en noviembre de 2001 la orden militar que
autorizaba al Presidente a capturar a cualquiera que considerara terrorista en
cualquier parte del mundo, declararlo "combatiente enemigo" y
retenerlo sin cargos ni juicio. Ese mismo documento estableció también las
Comisiones Militares. Después, Cheney y su camarilla persuadieron al Presidente
para que aceptara que los prisioneros no estaban protegidos por las
Convenciones de Ginebra y, en agosto de 2002, el "Memorando sobre la
Tortura" trató de establecer que los interrogatorios constituían tortura
sólo si el dolor soportado era "de una intensidad similar a la que
acompaña a una lesión física grave, como la insuficiencia orgánica, el
deterioro de las funciones corporales o incluso la muerte". Esto, a su
vez, fomentó el uso generalizado de "técnicas de interrogatorio
mejoradas", que, en Guantánamo, fueron aprobadas explícitamente por Donald Rumsfeld.
Hay muchos estadounidenses buenos y con principios que intentaron resistirse a estas
innovaciones, o que hablaron en contra de ellas, pero la cita más perspicaz que
encontré sobre las implicaciones de estas políticas vino de Milton Bearden,
antiguo jefe de oficina de la CIA, que dijo a David Rose: "No importa la
distribución que haya tenido ese memorando o lo estrechamente que se haya
controlado. Ese tipo de pensamiento impregnará el sistema de boca en boca.
Cualquiera que sugiera que éste y otros memorandos oficiales sobre este tema no
tuvieron impacto, no sabe cómo funcionan estas cosas sobre el terreno."
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